El “estismo” entre seducción y conservación

04 agosto, 2015 | Nessun commento

Traducción y adaptación de Stefano Redi (para leer la versión original pulsa aquí).

Los notorios hechos de Grecia, con el choque entre acreedores internacionales y gobierno, la humillante capitulación de este último y la prosecución de las atroces políticas nacionales, han producido en los órganos de información la aparición de una extravagante, pero no inédita, forma de euro-escepticismo selectivo, el “estismo”. Los representantes de esta corriente presentan un recorrido ideal común, ya sostenedores convencidos del proceso de integración en la versión acelerada de Maastricht, recientemente se han desplazado hacia posiciones más criticas habiendo madurado un indefinido e incompleto presentimiento que aquel mismo proceso de integración – el mismo que habían exaltado – represente una amenaza para la paz y el bienestar de las poblaciones implicadas. Estas conciencias no han todavía producido en ellos dudas sobre la cuestión, sino una escurridiza y articulada actitud reformista bien definida por el adjetivo demostrativo que da nombre al fenómeno, “Somos y seremos europeístas, pero no amamos esta Europa.” Esta.

El estismo consiste en salvar una idea que ya fue objeto de importantes inversiones emotivas y de reputación, criticando su aplicación y sus manifestaciones históricas, pero no la “sustancia”. Además de ser una panacea por la autoestima, porque excluye la incomodidad de admitir sus propios errores, tiene la ventaja social de presentarse como un método no destructivo para modificar una realidad existente que, aunque con problemas, tendría una parte buena que preservar.

Para completar la definición debemos también examinar lo que diferencia el estismo del fenómeno más general al que pretende asimilarse, el aquelismo. En el aquelismo la aplicación lamentable y “alterada” de una idea – o ideología, o fe – representa solamente una de sus muchas manifestaciones históricamente certificadas, pero sin agotar la variedad de los fenómenos. Todos los grandes movimientos históricos se prestan – forzosamente - a ejercicios de distinción aquelista, “soy cristiano, pero rechazo aquel cristianismo [por ejemplo aquel de las cazas de brujas, pero no aquel de San Francisco]”, “soy musulmán, pero rechazo aquel Islam [por ejemplo aquel de las monarquías sauditas, pero no aquel de los místicos sufí]”,”soy comunista, pero rechazo aquel comunismo [por ejemplo aquel de las purgas estalinistas, pero no aquel del Che Guevara]”, etcétera.

En el estismo, por el contrario, la variable lamentable es la sola y única certificada en la realidad. No existen otras. Hay solo y precisamente esta. Mejor dicho, la alternativa deseable existe en la imaginación de quienes formulan la opinión. El carácter patológico del estismo se fundamenta concretamente aquí, en poner en competencia realidad y sueño, con la ilusión de que el segundo, solo por el hecho de ser cultivado por una muchedumbre, sea real o por lo menos realizable igual que el primero. Los efectos de tal alucinación enfocan los dos pilares del estismo, seducción y conservación.

Seducción

La mejor realidad jamás puede ser mejor que una fantasía. Esta última, además de prestarse a abstracciones perfectas y por esto inaplicables, viste perfectamente las inclinaciones subjetivas de cada uno. Los euro-estistas, para volver al tema, rechazan esta Europa (que es la única) en cuanto asimétrica respeto a la imaginada y, ça va sans dire, perfecta idea de Unión. Esto quita la tapa a un carnaval de imágenes, palabras y sentimientos donde cada uno puede alimentar el coro del utopismo en boga, desde peticiones para volver “al sueño [sic] de Spinelli” y al espíritu de Ventotene (típicamente evocado de quien jamás ha leído una línea del homónimo Manifesto) a la imágenes vibrantes de paz y solidaridad entre pueblos aplicables indistintamente a Europa como a Oriente Medio, al África subsahariana como al mundo entero. Si la mayoría prefiere el seguro camino del indefinido – la “refundación ética”, “la Europa de los pueblos”, “el final de los egoísmos” etc. - otros se aventuran en el técnico – la BCE como la FED, la reescritura de los tratados, mas poderes al Parlamento, mas trasferencias fiscales – pero sin exagerar, una mesa para discutir concretamente obligaría a los soñadores enfrentarse con la resistencia de los actores reales, arrastrando la utopía al fracaso o en compromiso y privándola así de su seducción.

Conservación

Los estistas ven en la Europa política una doble matriz, ideal y real. Para salvar la matriz ideal – que no existe si no como proyección de sus sueños – rechazan la idea de discutir la integralidad del proyecto incluso criticando su matriz real, esta Europa. En esto no hay nada de político. La marca “Unión Europea” es un contenedor semántico, un cuarto vacio que acepta las fantasías y la auto exaltación de los estistas como ya originariamente aceptó, proveyéndole de una noble pantalla de “ideales”, un proyecto de vaciamiento de la soberanía democrática y de los derechos de la mayoría. Mientras este proyecto está en avanzada fase de realización, la alternativa estista no puede ni debe ser realizada, no solo porque no existe (de otro modo seria una alternativa aquelista), sino también por mantener intacta su seducción y desempeñar su doble función psicológica – de ennoblecer la ceguera de quien aclamó la integración sin comprender los verdaderos objetivos y de llenar el vacío político con tópicos, perogrulladas y sandeces como cuñas. En relación a su función política, el hecho de confiar la reforma del procedimiento en acto a abstracciones ontológicamente inaplicables e inexistentes, deja campo libre a quien, sin proclamas ni pregonando ideales, construye tranquilo la verdadera Unión, esta Unión.

De que el estismo es, evidentemente e incluso con la penosa inconsciencia de sus autores, el aliado más preciado.


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